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¿Qué clase de amor compartimos con nuestros animales?
¿Qué clase de amor compartimos con nuestros animales?
Marcos Díaz Videla. Profesor y doctor en Psicología (MN: 40.229)

La relación que desarrollamos con nuestros animales de compañía tiende espontáneamente a convertirse en un vínculo especial. Este fue definido por la Asociación Americana de Medicina Veterinaria como una relación dinámica y mutuamente beneficiosa, que incluye comportamientos ligados a la salud y bienestar de ambos participantes.

Por ejemplo, nosotros procuramos darles una buena alimentación y paseos, y ellos nos proveen de compañía y alivio reconfortante ante el estrés diario.

Una de las teorías más renombradas para explicar estos vínculos entre especies distintas es la reconocida Teoría del Apego, propuesta originalmente por el psicoanalista inglés John Bowlby.

La misma indica que los humanos —como también los perros y los gatos— tenemos una predisposición biológica a buscar y mantener contacto físico y conexión emocional con figuras selectas que se vuelven familiares, a las que les confiamos protección física y psicológica.

Originalmente, esta teoría fue concebida para explicar la importancia de la manera en que mamás y bebés o niños pequeños se relacionan. Por ejemplo, cuando algo asusta al niño, o cuando se angustia, buscará inmediatamente su figura de apego, quien le brindará seguridad y alivio.

Estos comportamientos se conocen como base segura y refugio seguro, y habrían surgido durante la evolución debido a que aumentan la probabilidad de supervivencia de la cría.

Posteriormente, esta teoría se extendió más allá de la infancia, indicando que aún los adultos tendemos a formar vínculos de apego, por ejemplo, con parejas o mejores amigos. Y más recientemente, la comunidad científica también incluyó en esta lista a nuestros perros y gatos.

Diversos estudios mostraron que las personas tenemos mayor seguridad y autoconfianza (base segura) en presencia de nuestros animales, y que frente a la angustia y al estrés tendemos a buscarlos porque resultan muy efectivos para calmarnos y ayudarnos a recuperar la confianza para volver a enfrentar lo que nos estresa (refugio seguro).

Complementariamente, nosotros también proveemos a nuestros animales con esta conexión y nutrición emocional. Esto se evidenció en experimentos que, al evaluar perros y gatos con sus tutores en un lugar extraño, demostraron que los animales presentaban comportamientos parecidos a los de niños pequeños con sus madres en condiciones similares.

Y no solo eso, los estudios de imágenes cerebrales y los que midieron la neurohormona oxitocina (ligada a los vínculos, al apego y al amor) también apuntaron a que los vínculos entre tutores y animales resultaban análogos a interacciones madre-hijo en cuanto a respuestas de apego.

Sin dudas, el sentimiento de recibir una aceptación incondicional y un amor infinito de parte de nuestros perros y gatos tiende a surgir espontáneamente en quienes desarrollamos un vínculo con ellos, llevándonos a integrarlos a nuestras familias.

Esto no se sustenta en una confusión de roles sino en el vínculo de apego compartido, el cual identificamos como un amor de familia.

De manera similar a cuando consideramos a nuestros amigos más íntimos como hermanos, el amor compartido con nuestros animales permite que estos vínculos sociales externos a las familias pueden traspasar sus fronteras y ubicarse legítimamente en su interior.

Así, idealmente, el vínculo con nuestros perros y gatos incluirá un apego seguro, que ayuda a ambas partes a tener más confianza y menos estrés en nuestras vidas, y se nutrirá de un amor familiar, que aporta alegría y bienestar integrándonos como una familia que trasciende las especies.