Cuando les hablamos a nuestros perros, lo hacemos de manera muy similar a cuando le hablamos a bebés y niños pequeños. Se trata de un registro especial de habla denominado discurso dirigido hacia infantes, o bien, discurso maternal. Para ello, elevamos el tono, fluctuamos más entre agudos y graves, y hablamos de manera más lenta y pausada. Si bien tradicionalmente se creía que hablarles así a los perros se debía a sus características infantiles, las cuales nos conducen a verlos como niños, hoy tenemos evidencias de que esta forma de discurso mejora la comunicación y el vínculo con nuestros perros. Y, de hecho, se usa más con perros que niños. ¿Cómo es esto?
Hace tiempo se reconoce que el discurso dirigido hacia infantes ayuda a mantener la atención de los bebés, desde la segunda semana de vida. Se sabe que elevar el tono sirve para comunicar emociones y la amplitud tonal ayuda a atraer la atención. Además, esta forma de hablar facilita las interacciones de los bebés con los cuidadores, la formación del vínculo entre ambos y el aprendizaje del lenguaje. Por eso, este discurso maternal —usada tanto por madres como por padres— disminuye al año, a medida que surgen las habilidades lingüísticas en los pequeños. Acá aparece la primera diferencia con el discurso hacia perros: se observó que en perros se utiliza durante toda su vida, incluso con perros senior.[1] O sea que, técnicamente, se usa por tiempo con perros que con niños.
¿Y qué hay de su funcionalidad? Bueno, los experimentos con perros expuestos a distintas formas de discursos mostraron que tanto los cachorros como los adultos prestan más atención y se acercan más a personas que les hablan más parecido a bebés que a quienes les hablan como hablarían con humanos adultos.[2] Vale mencionar que no era solo la prosodia (sonoridad o musicalidad) con la que les hablaban lo que les importaba a los perros, sino que también eran importantes las palabras empleadas, y si estas se asociaban con cosas o situaciones de interés para ellos (como “paseo”, “premio” o “pelota”). O sea que, a los perros les importa lo que decimos y cómo lo decimos.
Ahora bien, el discurso dirigido hacia perros es similar, pero no es exactamente igual al dirigido hacia niños pequeños. Una de las diferencias que mostraron los estudios fue que el tono promedio era más alto cuando hablamos a perros que cuando hablamos a niños. Y la otra es que al hablarle a bebés sobrearticulamos más las vocales.[3] Sucede que los perros escuchan sonidos más agudos y que a los bebés debemos enseñarles a hablar. Es decir, marcar las vocales tendría una intención de enseñanza del lenguaje. Dato curioso: esto también se encontró en el discurso dirigido hacia aves parlantes. O sea, las personas exageramos las vocales cuando hablamos a bebés y a loros, pero no a perros.
Concluyendo, las personas cambiamos nuestra manera de hablar cuando nos dirigimos tanto a bebés como a perros. Ambas formas de discurso tienen semejanzas, pero también particularidades. Y no, no lo hacemos simplemente porque nos den ternura, sino que, más bien, buscamos adaptarnos a las preferencias acústicas y las necesidades emocionales de nuestra audiencia, mejorando la comunicación y estrechando el vínculo entre ambos.
Referencias
[1] Ben-Aderet, T., Gallego-Abenza, M., Reby, D., & Mathevon, N. (2017). Dog-directed speech: why do we use it and do dogs pay attention to it?. Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences, 284(1846), 20162429.
[2] Benjamin, A., & Slocombe, K. (2018). ‘Who’sa good boy?!’Dogs prefer naturalistic dog-directed speech. Animal cognition, 21(3), 353-364.
[3] Gergely, A., Faragó, T., Galambos, Á., & Topál, J. (2017). Differential effects of speech situations on mothers’ and fathers’ infant-directed and dog-directed speech: An acoustic analysis. Scientific reports, 7(1), 1-10.